¿Mamitis o necesidad de contacto? Lo que la ciencia realmente dice

Es común escuchar frases como “ese bebé tiene mamitis” cuando un niño busca estar mucho tiempo con su madre o figura principal de apego. Sin embargo, la ciencia nos muestra que esta no es una “manía” ni un “capricho”, sino una necesidad biológica y psicológica fundamental para el desarrollo humano.

1. La biología detrás del contacto constante

Desde el nacimiento, los bebés humanos son mamíferos altamente dependientes. Nuestro cerebro nace inmaduro, y gran parte de su desarrollo ocurre fuera del útero (lo que se conoce como exterogestación).
Durante este tiempo:

  • El contacto piel con piel regula la temperatura, la respiración y el ritmo cardíaco del bebé.

  • El contacto frecuente estimula la liberación de oxitocina, hormona que favorece el apego y la sensación de seguridad.

  • Estudios como los de Nils Bergman (Universidad de Ciudad del Cabo) muestran que los bebés separados de su madre presentan niveles más altos de cortisol, hormona del estrés, incluso si están alimentados y cuidados por otras personas.

En otras palabras, el contacto no es un lujo ni un exceso, es un requerimiento biológico para la supervivencia y el desarrollo óptimo.

2. La psicología del apego: la base del vínculo

John Bowlby, creador de la Teoría del Apego, demostró que los bebés forman lazos emocionales profundos con sus cuidadores principales porque dependen de ellos para su seguridad física y emocional.
Mary Ainsworth, con sus estudios de la Situación Extraña, observó que los bebés con apego seguro buscan a su figura de referencia cuando se sienten inseguros, y que la cercanía física es su estrategia de regulación emocional más efectiva.

Así, lo que a veces se llama “mamitis” es, en realidad:

  • Una respuesta normal y saludable del sistema de apego.

  • Una señal de que el niño identifica a su cuidador como su “base segura”.

  • Un comportamiento que favorece la autonomía futura, ya que la seguridad temprana es la base para explorar el mundo con confianza.

3. ¿Cuándo disminuye esta necesidad?

La intensidad del apego y la búsqueda de contacto varía según la edad y el desarrollo:

  • 0 a 9 meses: El bebé necesita proximidad casi constante; el contacto reduce el llanto y mejora el sueño.

  • 9 a 18 meses: Aparece la ansiedad por separación; buscan activamente a su cuidador cuando no lo ven.

  • 2 a 3 años: Comienzan a explorar más, pero vuelven frecuentemente a la “base segura” para recargarse emocionalmente.

  • Después de los 3-4 años: La necesidad de contacto sigue existiendo, pero se expresa de forma más verbal y con otros gestos de afecto. La seguridad emocional se internaliza.

No es que un día “se pase la mamitis”, sino que el niño desarrolla nuevas formas de gestionar sus emociones y de sentirse seguro, gracias a la confianza construida en los primeros años.

4. ¿Por qué es importante no minimizarlo?

Etiquetar esta necesidad como “mamitis” puede:

  • Desvalorizar una etapa clave del desarrollo.

  • Hacer que los padres duden de su instinto de atender a su hijo.

  • Fomentar prácticas de desapego precoz que no se ajustan a la biología humana.

En cambio, comprenderlo como una necesidad legítima:

  • Refuerza la confianza del niño.

  • Disminuye su ansiedad y estrés.

  • Favorece un apego seguro que se traduce en mejor salud mental a largo plazo.

5. Datos duros que respaldan esto

  • Un estudio de Feldman et al. (2010) encontró que el contacto frecuente entre madre y bebé regula el sistema nervioso autónomo del niño.

  • Un metaanálisis publicado en Pediatrics (2016) concluyó que el contacto piel con piel inmediato y prolongado favorece el apego seguro y la estabilidad fisiológica.

  • Investigaciones en neurociencia social (Cozolino, 2014) muestran que el cerebro humano está diseñado para la coregulación emocional: necesitamos de otros para regularnos, especialmente en la infancia.


La próxima vez que escuches “tiene mamitis”, recuerda: no es dependencia excesiva, es apego saludable.

La “mamitis” no es un problema, sino una expresión de la necesidad biológica y psicológica de contacto, vínculo y seguridad. Atenderla no “malacostumbra” al bebé; al contrario, le da las bases para un desarrollo emocional saludable y para convertirse en un adulto autónomo y seguro.

 

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